Hacer el bien


No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.
Gálatas 6:9

Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto.
Tito 3:14
Todo creyente es llamado a esforzarse para hacer el bien. Ante él tiene el ejemplo del Señor Jesús, su Salvador, quien en la tierra fue de lugar en lugar haciendo el bien (Hechos 10:38). El apóstol Pedro lo recuerda y exhorta a sus hermanos a practicar el bien siguiendo el ejemplo de Jesús, el modelo perfecto, incluso si esto les acarrea sufrimientos. “Si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios” (1 Pedro 2:20). Por lo tanto, hacer el bien sin cansarse es el deber del cristiano en un mundo donde hay tanto egoísmo.
La búsqueda ferviente de sus propios intereses tiene como consecuencia directa frecuentes conflictos entre los pueblos, los individuos y las familias. El creyente nunca debería olvidar que lo que posee lo debe solamente a la gracia de Dios. Si aprecia realmente esta gracia, lo mostrará por su prontitud para dar, ayudar y servir a su prójimo.
¿Anhelamos tener más gozo? Pues bien, lo hallaremos tratando, cada vez que podamos, de aligerar las condiciones de vida de nuestros semejantes. Ayudemos a los menos favorecidos, visitemos a los enfermos, a los que están aislados; así sentiremos que nuestra propia carga es más liviana. El contacto con el sufrimiento, el ver tantas miserias físicas y morales nos harán más conscientes de nuestros privilegios. Harán que seamos más perseverantes en el importante servicio de la oración y de la beneficencia. Y sobre todo, en esto serviremos al Señor.

La buena semilla



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