1 y 2 de Pedro- semana 1- Miercoles
Como mujeres y madres, entendemos perfectamente lo que un hijo obediente es y también lo que no es. La Escritura de hoy nos recuerda algunas características, dice que son determinados para sujetar sus pensamientos, son sobrios, no rencillosos. Confían en la gracia no en su propia prudencia. No se dejan moldear por los estándares de este mundo. Buscan la santidad conforme a los conceptos aprendidos en casa. Y como madres podemos leer esta descripción y suspirar anhelando en nuestro corazón que sí, efectivamente nuestros hijos crezcan desarrollando todas esas cualidades, ¡o las más posibles!
Pero ¿qué de nosotras? También somos hijas, y sí, también estamos bajo la mirada vigilante y amorosa de nuestro Padre celestial. El, como nosotras con nuestros hijos, tiene planes específicos para cada una. Nos mira en nuestro ir y venir, en nuestro diario hacer, nos enseña cada día queriendo esculpir en nuestros corazones su Palabra, cambiar nuestras formas para que veamos como El ve. Para que sepamos pararnos firmes y dejemos de caminar dando tumbos. Anhela que le creamos, que confiemos en El y sus Palabras. Espera que crezcamos y fructifiquemos. Su corazón desea bien y no mal, quiere que veamos que sus propósitos y planes son mayores y mejores que los nuestros. Cada día nos quiere escuchar, que le abramos el corazón, que lloremos a sus pies y consolarnos. Quiere que apoyadas en El cumplamos lo que estuvo en su corazón para nosotras desde que fuimos formadas en el vientre de nuestra madre.
Oh amado Padre, cuán maravilloso es recordar que ante tus ojos somos amadas, somos valoradas, entendidas. Qué preciosa es tu palabra que nos recuerda, nos guía, nos enseña y nos conforta. Ayúdanos a ser esas hijas que viven cada día junto a Ti.
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