En Filipenses, el apóstol menciona a Cristo o a Jesús numerosas veces, pero habla de su encarcelamiento en apenas unos pocos versículos del primer capítulo. No hay ninguna queja, auto compasión o acusación al Señor. De hecho, la carta está llena de todo lo contrario —de regocijo.
Aunque su vida pendía continuamente de un hilo, Pablo podía regocijarse porque confiaba en los planes de Dios para su futuro. Su lema de vida era: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (1.21). Sabía que la muerte lo llevaría de inmediato a la presencia de Cristo, y que la vida en la Tierra significaría más años de servicio fructífero. En cualquier caso, los planes de Dios para él eran buenos, aunque sus circunstancias no lo fueran. El secreto del contentamiento de Pablo era su firme creencia en la bondad del Señor para con él, el reconocimiento de su autoridad sobre su vida, y la confianza absoluta que tenía en cuanto a la voluntad de Dios.
Desde una perspectiva terrenal, la vida de Pablo podía estar en manos del emperador romano, pero, en realidad, solamente el Señor es el Gobernante soberano en el cielo y en la Tierra (Sal 103.19), lo cual significa que Él controla todo lo que sucede en este mundo. A la mayoría de las personas les resulta difícil creer esta declaración, porque no aceptan que un Dios misericordioso pueda permitir que sucedan cosas malas. Pero cuando se trata de por qué Él permite el mal y las adversidades, es porque tiene propósitos y razones que pueden seguir siendo siempre un misterio para nosotros. Lo que sabemos con certeza es que el Señor es bueno, y que al final su bondad se impondrá (Ro 8.28; Fil 2.13). Puede que no le veamos o sintamos siempre, pero Él está morando dentro de nuestro ser, y actuando en medio de nosotros.
Charles Stanley – Ministerios En Contacto.






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